El bondi. El bondi parece una maquina que succionar las pocas cosas buenas que quedan en nosotros. Uno entra siendo caperucita roja, y sale como el lobo. Uno se siente contento consigo mismo, se piensa un sobreviviente, lo poco que queda de rescatable en este mundo de mierda. Se queja, se apiada, se solidariza, uno hace realmente la diferencia, y de repente el bondi. De repente la realidad que lo choca de frente, como diciendo: ¨ ¿en que espejo te estuviste mirando? ¨Empezá a foguearte¨- te dicen. ¿A foguearme? Seguir con la corriente, hacerme un poquito más egoísta (pero porque no te queda otra, ¿entendés?), un poquito más individualista, un poquito menos pelotuda.
Tardás, obvio. No es tan fácil ¨curtirse¨ (o lo es demasiado) y le vas agarrando la mano al asunto. Llegás a la parada y hacés la cola, (para ir sentada ¿viste?) Pero antes, y a fuerza de la experiencia que fuiste adquiriendo, vas a sacar el boleto a la garita. Aprendiste, que en ese microsegundo que vos estás poniendo la monedita que te costo una mañana conseguir, se llenó el colectivo y a hacer la cola de nuevo.
Dejás pasar tres. Te volviste exquisita.
Una vez arriba, le deseas un buen día al conductor. Pero no por buena educación en absoluto. En esta vorágine de llegar a destino a tiempo y encima viajar cómodo, el colectivero se convirtió en una especie de semi-dios.
Te vas bien al fondo, ahí donde los pasajeros con ¨ movilidad reducida ¨ nunca llegan.
En la cola te habías puesto a hablar con una viejita sobre el tren bala y el kilombo del campo, pero ahora la pasas a los empujones, porque ese escalón que separa a la vereda del colectivo las convierte en enemigas.
No ves a ninguna embarazada subiendo y te sentís a salvo. A dos cuadras se sube un señor con un pibe de 20 años en brazos. Lo puteas, porque el tipo estaba a un paso de la estación donde podía procurarse el asiento como el resto, pero no, el contaba con que algún boludo le iba a ceder el asiento. Estas reflexiones te distienden.
Viendo que nadie se solidariza con él, se va para la parte de atrás. Sí, ahí donde estas vos, supuestamente a salvo. Le hubieras dado tu lugar, pero eso era antes, antes de foguearte, cuando eras una pelotuda. Sentís que la mina de al lado te mira incriminándote, indignada de que una pendeja como vos no sea capaz de ceder el asiento. Pero si la mujer volteara, vería que la están mirando de la misma forma en que ella te mira. De repente, somos todos jueces y acusados, todos verdugos y culpables.
Elaborás en tu cabeza una jerarquía de quienes deberían ir sentados, y te ponés bastante arriba, ahí donde es difícil culparte. Alguno se duerme de golpe.
En ese momento de tensión donde el tipo esta ahí enfrente tuyo haciéndote sentir una mierda, alguien se levanta. Te sentís aliviada. Te das un poco de vergüenza, pero ¿que más da? si seguís con el culo apoyado en el asiento.
Cuando estás por llegar a destino, aparece en la escena una señora con un bastón y vos, con tu mejor cara de Heidi le cedes tu lugar. Te sentís bien con vos misma ¿Ves que vos si sos buena gente? Tocas el timbre, y te bajas.
A la vuelta la cosa no es tan sencilla. Tenés que subirte a mitad de recorrido y no podes decidir si ir sentada o no. Estás a la merced de tu suerte y sentís que merecés que esté de tu lado, porque estás tan cansada. Una vez arriba, y lejos de sorprenderte, te toca ir colgada de una de esas perchas tan pensadas para tu comodidad y no para maximizar la capacidad del colectivo. Te mareas y tratas de decírselo a tu cara, para que ésta a su vez se los transmita a los otros, a los que están sentados.
Si algo te enseñó la práctica es que nadie se va a apiadar de vos ahora que estás del otro lado. Pero lo que también aprendiste es a desarrollar tus sentidos en pos de ese fin último que es conseguir un lugar. Juzgas a los demás pasajeros por su ropa, por si están dormidos, o si tienen cara de estar observando si ya les toca bajarse. Te apostas cerca de ese señor que tiene pinta de bajarse en Caballito y, cubriendo la mayor cantidad de terreno posible, esperas.
Esperando, llegas hasta Pompeya. Tus sentidos fallaron esta vez. En ese ínterin te transformas, una especie de ser bestial que desconocías que tuvieras dentro se apodera de vos.Los odias a todos. A los otros, a los que están sentados, cómodos, y vos ahí parada y desfalleciendo. Te compadecés de esa pobre vieja que esta parada cargando doscientas bolsas y nadie es capaz de decirle que se siente en su lugar. Esos dos viejos, que estan cómodamente sentados sintiéndose los dueños del colectivo sólo porque son mayores. Y te miran, vos sabes que te miran con esos aires de estar por encima de todo como diciendo – tengo todo el derecho de estar en este asiento- Y los ojos te cambian. Ya no sos vos. Sentís que todos se burlan, te gozan, ellos, los sentados, tus enemigos.
Alguien se levanta. La chica que estaba al lado tuyo se levanta y te sentás.
Acomodás tus cositas y te ponés a mirar por la ventana. Los pensamientos se van. Ya todo pasó. De repente mirás a la vieja de la que antes te compadecías. Sin darle importancia volvés a girar hacia la ventana. ¿Qué carajo te importa la vieja? Ahora vos sos ajena a esos que están parados ( que se la banquen ¿no? Como te la bancaste vos) Están ellos allá y vos acá. Es la ley de la selva. Total, ahí arriba somos todos desconocidos.
5 comentarios:
Luli, me sentí muy alagada con tu comentario; fue una caricia al alma, gracias.
Me gustó la sinceridad en tus escritos, es tanto más heroico decir que nos importa el que sube y por eso cedemos el asiento, pero en el mejor de los casos, solo lo hacemos para sentirnos bien con nosotros mismos.
Ojalá sigas escribiendo y publicando, ¡nada de vergüenzas!
Abrazo :)
me gustó mucho...
en general me siento mal y doy el asiento... pero nada mejor que la señora diciendo "no dejá nena..." -bueno listo,me senté-.
suerteee
mel
MUY BUENO!!!! ¿QUE MAS AGREGAR?... AH SI!! GENIAL!!
muy bueno la verdad, y es todo cierto, hay miles de tematicas para los viajes en bondi. bueno lindo texto muchacha nos estamos viendo, mi blog esta recien salido del horno :) pero algo es algo un beso mucha suerte
muy cierto. hay una lucha entre ser bueno y estar comodo cada vez que te subis a un bondi, y no gana siempre el mismo.
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