miércoles, 25 de junio de 2008

La pelotudez crónica

Hoy me voy a correr un poquito del tono apocalíptico de mis escritos. No sólo eso, sino que voy a intentar, al menos, correrme de la continua pretensión de embellecer al texto, de elevarlo, de usar metáforas o relacionar los ingredientes del arroz con leche con la cría de pollos en Checoslovaquia.
Hoy mi cabeza está en otra cosa. Probablemente, con motivo de que hace cuatro días que no duermo, me encuentre en un estado de trance similar a aquel que producen los estimulantes (o al que a mi entender deben producir los estimulantes ). En síntesis, un estado de pelotudez total.
Pero no lo tomen como algo negativo, por favor. Poder tener hoy, habiendo cumplido con todas las agotadoras obligaciones que me deparaba la facultad esta semana, un grato momento de libertad, prescindir de toda coherencia tanto verbal como mental e incurrir al fin en el terreno de la boludez, es una sensación por demás gratificante.
En este contexto es que se desarrolla la pelotuda anécdota que voy a contarles. Pero, ¡atención!, que es pelotuda en la superficie, porque cuando me detengo a analizarla descubro en ella algunos datitos interesantes.
Cuenta la historia, que yo me tenía que tomar el bondi (este blog debería llamarse crónicas del bondi, o cómo el bondi me vive dando letra). Una vez arriba, para mi sorpresa, había espacio de sobra para sentarse. ¡Qué sublime! ¡Qué deleite! Pensé. Sin embargo,no me senté. Más bien me eché como una morsa con sobrepeso en el asiento. Me pegaba el solcito en la cara con una dulzura que los ojitos se me entrecerraban, el movimiento del bondi me acunaba, y el ¨dos finos chocolates por dos pesos, señoriii¨ del vendedor ambulante llegaba a mis oídos cual canción de cuna.
En eso (siempre hay un ¨en eso¨ en los momentos placenteros de la vida) se sube un viejo y se sienta atrás mío. Se manda, el viejo, un par de toses (la tos no se puede contar, pero estas fueron literalmente ¨toses¨, ¿te molesta? llamalas contracciones espasmódicas) Por supuesto, no presté demás atención a este suceso, ya que estamos en invierno y la tos es muy común en esta época. Pasado un tiempo desde la irrupción de las ¨toses¨ del viejo en el panorama casi celestial de mi recorrido, noté que éstas no eran tan corrientes, y decidí prestarles atención.
Traé a tu mente el sonido particular que hace el tren al pasar. No te averguences si, como el resto de nosotros, recordas ese sonido en forma de ¨que-tren que-tren¨. Podría decirse que el ruido del tren es reiterativo, monótono y constante. Exactamente así, era la tos del viejo. Fascinantemente, su tos era cíclica y no cesó en todo lo que duró el viaje. Más sorprendente aún, se mantuvo exactamente igual. Una seguidilla constante de leves ¨que-trenes¨ con la irrupción, cada una determinada y específica cantidad de los anteriores, de una explosión de tos gruesa y pesada. Seguramente el viejo no se daba cuenta de que su tos era realmente de una particularidad asombrosa.
Ya pasado un tiempo, me aposenté en otro asiento más alejado. Pero lo más interesante de todo es que si no hubiera sido por mi estado de pelotudez, y bajo el dominio de una intolerancia de mierda que he desarrollado durante este año, habría puteado al viejo, y me habría encabronado el resto del viaje. Probablemente, si no hubiese sido lo suficientemente boluda como para prestarle atención a su tos, me hubiera perdido de descubrir sus deslumbrantes características. En otras palabras, no me hubiera cagado de la risa como me cagué (no del viejo, que no se me malinterprete) y no estaría contándoles esta historia.
Amigos míos, abracen la pelotudez, acarícienla. La pelotudez puede ser, a veces, libertad. Como corretear por un campito estando en pelotas.
Brindo por ella.

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